miércoles, 14 de enero de 2009

Vodka


Sabía que si apretaba con más fuerza el vaso, se rompería y no sólo su mano se convertiría en una fuente de sangre; sino acabaría con el espejo que proyectaba el cristal y perdería la posición privilegiada de verlos, aún estando de espaldas. Pero era tanto el dolor, era tan intensa la angustia que el alcohol sabía a nada y ni siquiera tragándolo podría evadir, mantener a pie firme su plan, contenerlo todo. Al otro lado veía risas. Su boca más roja que nunca. Besos en la mejilla. Un hombre leyendo el diario. Otro con la mirada perdida en el recorrido circular del ventilador. Mariah Carey en el Wurlitzer. Una camarera distraída. Ella más bella cuando inalcanzable. Ella y su perfume de jazmín azotándole el olfato. Íntima y lejana. Era demasiado. Apretaba la mano más fuerte. El vodka se entibiaba. ¿Por qué? No parecía justo después de haberle entregado todo. Incluso sus propias heridas. A ella no le importaba y el dolor era tal que los músculos languidecían. No podría romper el vaso ni lanzarlo porque le ardía tanto que su voluntad estaba agonizando. Ellos se iban del brazo y cerraban la puerta como anticipando lo que venía. Y al otro lado, el vaso intacto. El vodka desvanecido. La camarera pidiéndole pagar la cuenta porque el bar cerraba. La otra limpiaba las mesas de acrílico verde. El weurlitzer desenchufado. Los sueños también.

domingo, 31 de agosto de 2008

Fabiana


- No juegues con Álex - suplicó Fabiana, entre lágrimas. -Te lo pido, es lo único que tengo y aunque de verdad no lo tenga, es como si fuese parte de mí....

Rafael volvió a sonreír con los labios más tensos aún. Con la mano izquierda cogió su cabellera roja. Le gustaba que se peinara como Tori Amos, le parecía original. Luego repasó su mejilla con el anverso de la mano -Descuida, no es lo que busco.

-Espero que no me mientas, porque si lo haces... si lo haces, soy capaz de abrir la boca y terminar con este secreto que me ha hecho más daño a mí que a nadie, tú no sabes lo que he tenido que pasar por esto- Rompió en llanto, pero sin lágrimas. Sólo susurró algo que Rafael no pudo escuchar...

Entonces, conmovido por la desesperación de Fabiana, cogió de su bolsillo el teléfono móvil. Marcó el número de Álex y le dijo escuetamente: no quiero verte más, no me busques porque no me encontrarás-

Al otro lado del teléfono, Álex ni siquiera alcanzó a saludar a Rafael. Tampoco pudo verbalizar su sorpresa. No entendía nada pero una parte de él lo intuía todo. Sabía que nuevamente Fabiana había logrado retenerlo, apartarlo de sus búsquedas. Para ella, el hombre que amaba no tenía derecho alguno a buscarse la vida.

Mientras Álex ordenaba sus ideas al otro lado de la ciudad un tibio abrazo lo destrozaba todo.

jueves, 17 de julio de 2008

El hombrecito del semáforo

Él era uno de los que creía aún que al apretar el botón del semáforo, la luz verde obedecería sus órdenes. Tenía en fe en los pequeños secretos urbanos. Sabía que si cruzaba la calle estaría, a la vuelta, la farmacia naturista atendida por un hombre de 60 y tantos años, con el ceño fruncido, siempre enojado consigo mismo. Al lado estaría el negocio de las fotocopias con los cinco autómatas de siempre que multiplicaban libros con los ojos fundidos en los halos de luz de las nefastas máquinas.. pero con la otra mirada perdida en un par de imposibles.
Estaba todo en sus mapas. La señora sin dientes que sonreía sus vacíos desde la ventanilla del kiosko le diría algo incomprensible, compraría "La Nación", una lata de Coca-Cola y cigarrillos. Miraría a la izquierda. Evitaría recordar. Las calles no eran una mala evasión, después de todo. Las verderas que recorría solo ahora...
La luz verde que proyectaba a ese hombrecito en posición de caminata estática lo despertó. Hacia él venía una multitud anónima, embebida en sus extravíos. Él, hombre de pocas palabras, decidió que era el momento de volver con los otros. No podía permitírselo. Retornó cabizbajo. Algo había cambiado en el primer paso atrás. La valentía no había sido "inventada" para tipos como él. Un sorbo a su Coca-Cola y otros pasos para calmar los latidos. Lloró sin soltar lágrimas y se rindió. El hombrecito del semáforo seguiría ahí, tan libre, en el recuerdo más lúcido de su memoria.

lunes, 7 de julio de 2008

Los pulgares de Sofía

Los pulgares de Sofía están acostumbrados al perfil áspero de los billetes. Los dobla como quien crispa los dedos. Cuenta, resta y suma en su cálculadora y tras sus lentes mira fijo a los clientes. Por sus ojos pasan hombres cansados, oficinistas embuidos en el apuro, mujeres tristes, ancianos lentos. Pero por su cabeza sólo existe la idea de romper los límites, desafiar los cánones, huir de lo que se espera de su robótica rectitud.
Los pulgares de Sofía sujetan con firmeza su lápiz de pasta verde. En los momentos de filas vacías repleta su cuaderno con dibujos de bailarinas y poemas sueltos. Siempre quiso ser una pavlova rebelde, una danzarina bella, una poeta de su cuerpo....
- Un depósito, por favor...
- ¿Cómo no?.. y el cuaderno se cierra de súbito. De vuelta a las cuentas, a los movimientos, la presta parsimonia, al brazo que no responde a los gritos de libertad. Uno, siete, cuatro, quinientos mil pesos. Un giro, un vale vista, una resta.
Los pulgares de Sofía están dormidos. El reloj marca las 12:30. El banco está saturado de personas. El ruido de calculadoras quedó sepultado bajo las conversaciones simultáneas que se anulan unas con otras. El aire está espeso y Sofía colma su paciencia. Se pone de pie. Se sube en la silla de cuero tibio. Equilibra los tacos. Sofía estira sus pulgares y comienza su danza. El banco queda en silencio y las filas, de pronto, se transforman en rostros atentos, espectadores cansados y confundidos. Sofía ejecuta su vuelo. Se contonea, salta, se estira, gira sobre su cuerpo. Cumple su sueño, con una sonrisa tatuada. Sus compañeros mueven la cabeza. El supervisor de cuentas quiere gritarle, llamarla al orden, pero nada basta. Pronto le abrirá la puerta y su caja vacía será el espacio de otra de las mismas, una mujer de 32 años y prisionera de sus cercos, los límites claros y perversos que sólo Sofía se atrevió a empujar con sus pulgares libres.

sábado, 31 de mayo de 2008

El bar


Ya habían pasado 15 minutos de la hora pactada. Su reloj estaba húmedo de tanto consultarlo. José no solía esperar más de dos canciones en su I-pod. Era su regla. Pero algo le hacía pensar que valía la pena quedarse un rato más a mirar los detalles en el muro del bar. El antiguo letrero. Las copas de cristal con diminutos dibujos. El brillo de la lámpara. La imagen que reflejaba el espejo del fondo: le devolvía su pelo recién lavado, incluso, olor del shampoo y su Hugo Boss.


La puerta batiente quedó oculta con la sombra de Mariana. No era tarde para ella. Llegaba con su pelo recogido sobre los hombros. Silbaba la primera canción que escuchó en la mañana: "No more I Love you's" de Annie Lennox. Una mujer que hablaba por teléfono la miró enfadada y le pidió silencio. Mariana le contestó con desafiante indiferencia. Y siguió silbando el verso que dice "the language is leaving me in silence".


Santiago divisó la última mesa. Se acercó con la mirada extraviada. Parecía no saber a qué venía, después de tanto tiempo.... Le pareció que José estaba más flaco. Algo pequeño, pero evidente había cambiado en su expresión...


Mariana le pidió fuego a Santiago. Una copa se quebró. José reventó en lágrimas. Santiago abrazó a Mariana. José comenzó a sangrar. Mariana cambió los silbidos por el frenético canto: "Desire, despair, desire... so many monsters".


La mujer del teléfono comenzó a gritar.

domingo, 20 de abril de 2008

Sueño contigo


Sueño contigo. Cómo quisiera afinar tu silencio. No soporto que aún no me hables. No quiero sentir esta soledad. Sueño contigo. Te dibujo perfecto. Sueño contigo, te lo repito. Haces bien tu trabajo. Sonríes con discreción. Tu sonrisa es triste, más bien. Hablas de política y arte con igual soltura. No te son indiferentes los perros callejeros ni la necroarquitectura de esta ciudad que agoniza. Te gusta el café pero lo evitas. ¿Ves?, sueño contigo. Comes manzanas por las mañanas y nueces por la noche. Hablas mucho por teléfono, pero lo odias. Debes hacerlo. No hay nada que detestes más que un parabrisas sucio, el sonido de un tenedor sobre el espejo, los periódicos mentirosos o la industria del arte por el arte, sin emoción. No te gusta la falta de pasión ni la racionalidad desatada. Quiero que huelas bien, que sonrías con los ojos, que te indigne la violencia, que te cautive el mar y la luna llena. Que quieras contenerme en un abrazo y confíes en mis manos para sostenerte... pero más allá de todo, que seas real. Sueño contigo.

lunes, 31 de marzo de 2008

Sebastián


Sebastián coge una toalla seca y la desliza por su cuerpo como si fuese una lengua enorme que lo esconde de su desnudez. Le gusta mirar cómo se disipan las gotas de agua por sus vellos, cómo todo vuelve lentamente a su lugar. La limpieza, la estructura, la exactitud... el orden obsesiona al arquitecto de 38 años que vive solo en un piso minimalista y frío, casi sin muebles, y repleto de planos, maquetas y lápices.

Frente al espejo mira su cuerpo como si fuese un objeto ajeno a sí mismo. Le atormenta la idea de envejecer, de perder la musculatura ganada a punta de horas en el gimnasio y complementos alimenticios. Le gustaría que más de una vez al día le dijeran lo guapo que está. Se lo dicen, pero él necesita más. Su vanidad es, a la vez, la mayor de sus debilidades.


Sabestián arroja la toalla. Avanza hacia el dormitorio y escucha el último disco de Madonna. Lo sigue con los labios en silencio. Coge una camisa que compró en Buenos Aires y sobre la cama comienza a vibrar su teléfono móvil. Dice "Sergio". Sebastián lo escucha, no lo contesta. Sigue sonando, pero él, indiferente, intenta elegir una corbata. Su cabeza está en eso. El móvil suena nuevamente. "Oficina", reza. Sebastián se viste con parsimonia. Camina a la cocina. Prepara desayuno: cereales, tostadas y jugo de naranja light. El teléfono sigue con su ring monocorde. Sebastián ignora quien llama. Le preocupa morder su rebanada de pan negro sin derramar migas molestas en su cocina perfectamente limpia. Le inquieta ingerir sus alimentos en 33 mascadas, según aconseja su libro de medicina oriental.

El teléfono no cede. Sebastián se aprieta los dedos. Madonna zumba en sus oídos. El teléfono grita en su ring ring ring...incesante............... Sebastián cierra los ojos, respira profundo. Coge el vaso de jugo y lo lanza en contra del ventanal. Aprieta, luego, una tostada y disgrega las migas por la cocina. Abre el refrigerador y lanza la caja de leche descremada por las paredes. Sigue con el sofá... los destroza con el cuchillo de cocina hasta desnudarlo en sus algodones. Mancha el fino tapiz con mostaza. Quiebra finasbotellas de vino en contra del televisor de plasma. Y el teléfono móvil, el carísimo regalo que le trajo Sergio de Nueva York se convierte en un proyectil de libertad que se dispara desde el noveno piso donde vive. El aparato atraviesa su campo visual, con la cordillera de fondo... y cuando se aleja, lo mira con los ojos cargados de malicia y placer. Sólo la inquietante alarma de la puerta del refrigerador abierta logra despertarlo. Rápidamente, Sebastián sacude la cabeza, limpia los primeros destrozos y, con una leve sonrisa grabada en los labios, decide que es hora de continuar....